Dicho así parece no significar
nada. No más que una afirmación de compromiso que se le hace a alguien, dándole
a entender que te apetece ser su amigo o al menos conocido. Pero en este caso
que nos ocupa, esta afirmación, va mucho más allá de semejante simpleza.
Cuando decimos, en verdad, QUIERO CONOCERTE, a alguien que nos importa, estamos
ahondando profundamente, dejándole claro, que no quiero saber lo que me
muestras, sino que quiero saber aquello que quizás ni tú mismo conoces de ti,
el Alma. Para tener la osadía de pretender conocer al otro, no cabe duda de que
en primera instancia, es nuestra obligación, conocernos a nosotros mismos, eso
que hoy en día se denomina autoconsciencia. Evidentemente, la autoconsciencia
representa un largo y arduo camino. No es algo fácil de alcanzar, pues requiere
de múltiples fases en las que la intención por desear descubrirnos tiene que
ser más poderosa que el temor a desvelar algo que no seamos capaces de aceptar.
Al final todo dependerá del prisma con el que nos juzguemos. Ese prisma, es el
mismo que utilizamos para enjuiciar al otro y así, nos acabamos convirtiendo en
víctimas de nosotros mismos, pues cada juicio que hacemos, no es más que un
reflejo de nuestra propia autoría y exigencia ante aquello que estamos
valorando. Las dificultades del camino de la autoconsciencia, no son más que
densos temores a descubrir aquello que creemos que nadie puede ver de nosotros,
no necesariamente porque no sea bueno, sino porque somos nosotros mismos
quienes consideramos que no lo es. Muchas veces porque aquello más relevante de
uno mismo, no encaja con nuestro entorno más próximo. Aquí se accede a un
extraño laberinto, por el que el ego tiene que pasar forzosamente, para superar
sus propios impedimentos y así el Alma mostrar la verdad de quién uno es, sin
miedo.
Hasta aquí, algunos de los que
estáis leyendo podéis pensar: Qué tontería!!! No es tan difícil, yo ya me
conozco.
Ahí viene cuando la vida, te
habla y te invita a que demuestres cuanto conoces de ti. Es el momento en el
que llegan experiencias que nunca antes has vivido y no sabes cómo vas a saber
superar y posteriormente, continuar con tu vida de forma equilibrada. Es por
esta razón, por lo que podemos garantizar, que sólo la experiencia es la
maestra de cada individuo y que éste es uno de los motivos por los que no
tendríamos que juzgar a nadie. Todo individuo es un reflejo de sus propias
experiencias y de acuerdo a cómo hayamos superado cada una de ellas, así
podremos saber más de nosotros mismos.
La vanidad que se esconde detrás
de un orgullo insano por no desear activar el desarrollo experiencial, hacia
una riqueza conjunta, viene dada por la cobardía hacia aquello que conocemos
como la anarquía del ser. En este caso, la anarquía se enarbola de forma pronunciada
cuando el individuo trata, como sea, de resistirse a su propia transformación,
sólo entonces al impedirle al Alma dicho cambio, la animadversión hacia todo lo
oculto en su interior, lleva consigo el sello de la duda hacia todo lo que le
sucede. A esto se añade la falta de fe. La ausencia de tener el valor de creer
en aquello que no se puede controlar, hace que ese ego incontrolado, prefiera
pasar de puntillas por la vida, en lugar de sumergirse y deshacerse de aquello
que su subconsciente oculta, pese a que le grite de mil maneras, que de una vez
acabe con ello.
En definitiva, conocernos es algo
que tenemos que madurar. El individuo no ha estado educado para ello, más bien,
todo lo contrario, hemos sido educados para sentir que el otro es una amenaza y
tenemos que desconfiar de él. Así comenzamos a crear una personalidad fría y
distante, de esta forma creemos estar más protegidos y a salvo. Muchas veces
esa protección es tan fuerte, que romperla cuesta, y en muchos casos, no se
siente la capacidad para conseguirlo. Las murallas que levantamos, impiden que
el otro nos conozca. Pero lo peor no es eso, sino que al final nos
identificamos tanto con el personaje que hemos creado, que somos nosotros
mismos quienes nos acabamos creyendo que somos eso, el personaje, y por eso
sentimos que ya nos conocemos suficiente.
Existen dos nefastas afirmaciones
que delatan al individuo autoprotegido por sus propias murallas. Una es la de:
No cambiaré nunca, soy así, te guste o no.
Y la otra: Tengo muy claro como
soy, me conozco perfectamente.
Ante estas afirmaciones y después
de haber dedicado una gran parte de nuestra experiencia como terapeutas, a
explorar en las profundidades de los individuos, sólo podemos decir que esta
posición que delata al ego, es algo que nadie desde fuera puede juzgar, pues
como decíamos, nadie es el hacedor de la experiencia del otro. La vida será la
encargada de desvelarle al ego, aquello que tanto se resiste a transformar y
cuando lo haga, todo, a su ritmo, regresará a su cauce y lentamente y al ritmo
que cada uno marque, la muralla caerá, dejando al descubierto algo mucho más
grande y hermoso, que antes no era posible ver.
Eso que se hará visible, no será
más que la sabiduría que yace en el interior de cada individuo, tras ser
superadas las experiencias. Superadas significa aceptadas con amor y liberado
el dolor.
Sólo entonces podremos afirmar:
Hoy me conozco un poco mejor. ¿Quieres conocerme…? Pues, en realidad, sería
esta la pregunta adecuada que deberíamos formular.
Joanna Escuder
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