viernes, 1 de enero de 2016

LA VERDADERA MONEDA - Caminando entre finanzas y confianza


Hace ya varios años, cuando estaba en el super – uno cualquiera – me ocurrió algo que hoy quiero explicar. Al dirigirme hacia la caja a pagar, una anciana intentó ir más rápida que yo, claramente, su idea era, adelantarme. Ella sólo llevaba cinco productos y yo unos cuantos más. En vista del esfuerzo que hizo, lo tuve claro:
-          Pase señora, no se preocupe – le dije haciéndole un gesto.
Sin mediar palabra, lanzó su compra sobre la cinta y se hurgó en el sujetador, buscando algo. Finalmente sacó un billete de cinco euros, al mismo tiempo que el chico de la caja le decía, son 6 con sesenta y cuatro. La mujer se miró la compra, buscando que tendría que dejar. Parecía indecisa, como si cada uno de aquellos productos fuera igual de importante. Aproveché su indecisión para abrir el monedero y entregarle una moneda de dos euros, así, no tendría que prescindir de nada. Yo tampoco gozaba entonces de una buena economía y comprendí lo que la anciana estaba sintiendo. Recordé como de pequeña, cuando ibas al colmado de debajo de casa,  muchos eran los que le decían al Ramiro:
-          Apúntamelo, te lo doy la semana que viene.
Y el Ramiro o su mujer, Palmira - como algo normal - lo apuntaban y le entregaban la compra a su cliente y vecino. El colmado no era un super, pero tenía de todo, sobre todo tenía algo vital: CONFIANZA.
La anciana me miró, me regaló una sonrisa y cogió los dos euros. El cajero, parecía ajeno a la escena. El señor de detrás de mí, se impacientó:
-           Señora, si ya ha acabado, deje pasar, que tenemos cosas que hacer.
Yo seguía observando la sonrisa de aquella mujer, que enmascaraba un gran sufrimiento, pero, pese a ello, era capaz de sonreír. Entonces, me sujetó la mano, la abrazó con las suyas y me dio las gracias. Su ternura fue inquietante. En aquel acto, me había entregado algo, además de gratitud. Se trataba de una preciosa piedra de lapislázuli que fue mi compañera durante mucho tiempo. Me pregunté, el motivo por el que ahora, la amargura y el egoísmo lo invade todo y cómo se puede haber perdido algo tan propio del ser humano, como es la CONFIANZA en el otro.
El tiempo pasó, mientras día a día, mis dedos jugueteaban incansables con el lapislázuli de la desconocida anciana del super. Le cogí cariño a la piedra, pero sabía que llegaría el día en el que ocurriría algo y entonces comprendería, porqué aquella mujer me la había dado.
Después de mucho tiempo de aquella anécdota, conducía de noche de regreso a casa, después de un día de trabajo ajetreado. Era pleno verano. Estaba agotada, deseando llegar, darme una ducha, cenar y descansar. Aquella jornada, había sido especialmente dura, por la consulta habían pasado dos casos de mujeres con serios problemas con sus parejas. Otra vez la falta de CONFIANZA había provocado una brecha en la relación. Se repetía, a menudo, que la pareja de las interesadas tuvieran siempre miedo a la precariedad económica. Nos contaban como si las finanzas del hogar eran buenas, todo estaba bien, pero cuando la economía flaqueaba, flaqueaba la CONFIANZA en ellos mismos y en la vida y de cómo aquellas mujeres, sufrían la desconfianza en la vida de sus parejas. Una vez más, les transmití la forma con la que yo misma intento salir airosa de ese conflicto con lo material, siempre priorizando la relación, la familia y el hogar, antes que el estado financiero, pues éste jamás puede ser el pilar que sustente ese hogar. De hecho en toda crisis financiera social, caen familias enteras, aparecen conflictos ocultos, etc… debido a que las bases y prioridades de la relación eran el dinero y no el amor.
Mientras conducía por la autovía, pensaba que aquello que esas dos mujeres habían compartido en camilla, también ocurría en mi propia casa y que por tanto, cuando intentaba darles una solución a ellas, al mismo tiempo, me la estaba dando a mí misma. Es cierto que la vida pone en tu camino a las personas con las que tenemos que hacer el ejercicio de maestros y alumnos. Pues al final, todos somos ambos, maestros de nuestras experiencias y alumnos de nuestras carencias.
De repente, el coche comenzó a hacer un ruido extraño. Era un neumático. Acababa de pinchar. Me situé en el arcén y allí parada, en la autovía, a oscuras, antes de maldecir lo sucedido, preferí sonreír y sentir que no era el momento de ello. Bajé del coche. Me coloqué el chaleco. Me di cuenta de que llevaba pantalones blancos y que con ellos me tendría que tirar al suelo. Coloqué los triángulos de seguridad y sin tener idea de los pasos que tenía que dar, abrí el maletero para ver donde se escondía la rueda de recambio. Nunca la había visto, pero sabía que estaba allí. Al ir a levantar el suelo del maletero una voz a mi espalda me dijo:
-          Una dama en apuros!!! ¿Necesitas ayuda? Soy mecánico, si quieres te cambio la rueda. Son dos minutos.
Me quedé alucinada. ¿De dónde había salido aquel individuo? Se trataba de un ciclista. La bici, se había quedado tumbada a unos pasos. Le dije casi balbuceando: mmm… Claro. Cuando reaccioné otra vez, la rueda de recambio ya estaba en el suelo y el ciclista, ya aflojaba los tornillos de la rueda pinchada. Me sentí tan amparada por la vida, que rápido recordé algo. Hurgué en el bolso y al despedirme del ciclista, le abracé con gratitud la mano y le entregué el lapislázuli. Él se alejó con su bici, sujetando la piedra. Al pasar por mi lado, alzó la mano, me la mostró y se la llevó al corazón. Nunca supe su nombre, tampoco él el mío, como tampoco conocía el nombre de la anciana que me la dio.

Habían pasado más de diez años, del día que le entregué la piedra al ciclista. Me encontraba, sentada en un banco observando el día a día de los transeúntes, que ausentes caminaban atropelladamente, sin siquiera dignidad. Levantarse, ir a trabajar, llegar a casa, seguir con las tareas del hogar, agotados, acostarse, sin poder descansar, para tener que volver a empezar, al día siguiente y así tener dinero para pagar, en una rueda que nunca tiene fin, pues cuando no hay CONFIANZA, las finanzas son las que atrapan, haciéndote creer que si estás de su parte, podrás ser rico alguna vez.
En la desolación de lo que representa esa realidad, recordé a la anciana, al ciclista y a la piedra de lapislázuli. Imaginé como el ciclista, en su día necesitó de alguien y como le entregó la piedra a su amparador. En esa cadena de favores, jamás podría saber, donde se hallaba en aquel instante el lapislázuli, ni por cuantas manos habría pasado. Eso importaba poco, lo importante era que siguiera rodando.

El tiempo avanzaba y el colmado del Ramiro y la Palmira quedaba cada vez más lejos, pero no así su secreto. Como cuando una mañana de domingo – que también estaba abierto – la madre del Manolito, le confesaba a la Palmira que su marido se había quedado sin trabajo y de cómo la Palmira, tenía que elegir entre negarle a la Conchita su compra o confiar en que algún día se la abonaría, ni que fuera en pequeños plazos. En esos pensamientos me encontraba, cuando sentí como una clara solución a la precariedad financiera actual, sería el que el mundo pudiera recuperar la CONFIANZA en la vida y de cómo la riqueza no estaba en esa moneda de papel, sino en cómo utilizabas los que tenías en el instante en el que otro lo necesitaba.
Así soñé con un Sistema de Economía Humano y Consciente, en el que el tiempo que dedicabas al otro para resolver una necesidad, siempre te sería devuelto, como yo misma había podido comprobar.
Así supe que la anciana me había entregado algo muy valioso, la piedra de lapislázuli, la verdadera moneda, la única que en verdad te da riqueza. Todo comenzó con un pequeño gesto, sólo fueron dos euros, lo que indica que no es la cantidad, sino la conciencia que le pones a lo que das.

Hoy me encuentro con el monedero vacío de dinero, escribiendo este texto, pero consciente de que existe un cofre en el que se guardan todas las piedras de lapislázuli que la vida te regala, para que sientas la CONFIANZA. Y Hoy cuando abro mi cofre de la abundancia, siento que lo tengo lleno, que sólo tengo que sonreír y saber que al cambiar la prioridad de mis valores, la vida me va a responder siempre.

He bajado a comprar una barra de pan, al cruzar la calle, escucho gritos. Encima de un camión de frutas y verduras mal aparcado, el chófer se queja. Las cajas de manzanas y naranjas se le han volcado. Ruedan piezas de fruta por toda la calzada. El tráfico no para. Las están destrozando. Está perdiendo toda la mercancía. Echo a correr y cómo puedo comienzo a recoger piezas de fruta para devolverlas a sus cajas. Al hacerlo otras personas se acercan a colaborar. Entre todos hemos recompuesto la carga. El camionero me mira. Sonríe. Me extiende su mano. Siento que algo conocido roza mis dedos. Me estremezco. La piedra de lapislázuli ha regresado. Juego con ella de nuevo. Alzo la mano mientras miro al chófer, me llevo la piedra al corazón. Asiente con la cabeza. Lo ha comprendido.
-          Adiós – le digo sin poder mencionar su nombre.

Joanna Escuder
20 de Junio de 2014


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