La Experiencia, si gracias…!!!
¿Por qué gracias…? Pues porque gracias a
la Experiencia, aquello que ayer se vivió como error, se convierte hoy en
auténtica sabiduría.
No siempre ocurre eso, es cierto, hay
quien repite y repite… y repite experiencias y aun así, no son capaces de
obtener ninguna lectura de aquello que están repitiendo.
En estos casos, es como si el gran sabio
interior, estuviera desconectado y algo, difícil de cualificar, insistiera en
pasar una y otra vez, por la misma experiencia, como si de ese episodio, no se
pudiera deshacer.
Los episodios reiterativos, no siempre los
repite el mismo individuo, en ocasiones son repeticiones generacionales, es
decir, son episodios que experimentó una abuela, lo mismo vivió la madre, muy
similar la hija y la nieta, está en camino de continuar repitiendo, si nadie lo
frena o pone remedio.
Muchas veces, el freno se pisa, en el
mismo instante en el que el individuo o el inconsciente familiar atrapado, se
hace consciente de la reiteración.
Como todo en esta vida, siempre,
absolutamente siempre, existe un motivo por lo que está ocurriendo un hecho.
Pero no siempre, podremos conocer y comprender, que fue aquello que causó, el
episodio y su repetición.
Si por alguna razón, faltan nuestros
abuelos - esos magníficos seres que desde la infancia se convierten en nuestros
referentes - nosotros, como niños, podemos sentirnos perdidos ante un suceso
digno de ser abrigado por una sabia mano, que lo sepa reconducir.
Cuando de pequeños, vivimos encerrados en
nuestro mundo infantil, protegidos y casi indemnes a las experiencias de los
adultos, las páginas de los libros que escribimos, quedan impregnadas por
fantasías derivadas de nuestra gran imaginación. Esa fuente universal de ideas
e imágenes, incalculable, en la que no existen miedos, ni nada que pueda
detener realidades que son imposibles de sentir, sino es en ese plano mental de
creación, en el que el niño expresa todo lo que tiene dentro.
Es sólo cuando comenzamos a crecer y por
tanto cuando comenzamos a definir la personalidad, cuando vamos a vivir
verdaderas experiencias. En este punto es cuando, nuestro mundo de
realidades infantiles, comienza a cerrarse sin que nada pueda evitarlo.
Vivimos el suceso y acto seguido sentimos
como el dolor causado por la experiencia, nos comienza a alejar de aquel niño
encantador, que era capaz de cerrar los ojos e imaginar lo que se propusiera.
Mientras se atraviesa por la adolescencia,
el libro comienza a quedarse en blanco. Pasan los días y las páginas antes
llenas de historias de otros mundos, ahora están vacías. A cambio, se comienzan
a proyectar, episodios paralelos a los sentimientos por los que estamos
atravesando. La rebeldía de esta etapa, puede provocar experiencias dignas de
un escritor de nuestros días, pues es una fase en la que la agresividad ante
las circunstancias de la vida, se puede palpar. Paulatinamente, se deja escapar
al niño pequeño, para atrapar al joven. La lucha interior se encarga de
experimentar los pros y contras de este gran cambio. Pero es cierto, que aunque
el joven ya esté aquí, el niño pequeño no muere nunca. Queda oculto a la vista
de los demás, pero no a nuestros ojos interiores. Es por tanto, él, quien más
experiencia a lo largo de la vida tendrá. Cuando llegue a la vejez, será el único
que habrá vivido con nosotros a lo largo del tiempo, todos y cada uno de los
episodios de nuestra vida.
Ahí es cuando el niño, parece quedarse muy
cerca de brindarnos lo más sagrado que como escritor, es capaz de narrar.
Sostiene su pluma y con gran paciencia espera a que regresemos de nuevo, con
ganas de recuperar su esencia y sintamos que queremos volver a escribir con él,
esas preciosas historias sin fin, en las que todo, absolutamente todo, puede
suceder.
Las experiencias de la vida se continúan
sucediendo, una tras otra, sin pausa, aunque demasiadas veces, muy duras e
intensas. Si fuéramos capaces de vernos desde fuera, nos podríamos imaginar a
nuestra mente como un luchador que intentar salir airoso de sus propias
tinieblas, y a nuestro corazón, como una sensible dama, que agotada por tanta
emoción, sucumbe a la oscuridad de sus noches, llorando en silencio, sin saber
cómo va a ser capaz de resolver, aquel episodio que está dinamitando su
capacidad de ser.
Si somos sagaces, advertiremos que
siempre, la vida, coloca a un protagonista secundario a nuestro lado. Este
personaje que se introduce en nuestro libro, es alguien que intentará
aportarnos su punto de vista y la sabiduría derivada de su propia
experiencia, en nuestro beneficio.
El mensaje puede llegar de mil maneras. La
vida las agota todas para que reconduzcamos, somos nosotros quien agotados,
muchas veces no escuchamos. Este sería uno de los motivos, por los que se
repiten, innecesariamente ciertas experiencias.
Para que la narración del libro de nuestra
vida esté completa, es imprescindible haber vivido los hechos sin antes
haberlos conocido. Siempre, todo lo que nos ocurre, sucede de forma
inconsciente.
El problema estriba en que, muchas veces,
negamos episodios, los rechazamos o bien, hacemos ver que no estamos implicados
o lo que es peor, que no nos afectan. En ninguno de los casos, es positiva la
actitud, pues los episodios que se describen en nuestro libro privado, es
decir, en la historia de nuestra vida, siempre tienen una enseñanza que aportarnos.
Imaginemos por un instante a un individuo cuya vida es lineal, vacía de
sentimientos, absurda, llena de soluciones y materialmente subsanada. La
superficialidad y la banalidad de su vida, sin experiencias que superar,
provocará que cualquier pequeño impedimento que encuentre, desencadene una
crisis brutal, al carecer de fortaleza, que le haga frente.
Conocemos - a lo largo de nuestra
experiencia como terapeutas y debido a la atención prestada a las experiencias
personales de quienes abrieron sus emociones a nuestros oídos - que no es fácil
aceptar algunos de los episodios escritos en nuestro libro. El episodio no es
lo peor, sino haber sido el protagonista. En nuestro personal intento por dar
comprensión a la lectura del libro, penetramos en arquetipos mentales que
impiden al individuo reescribir su historia. El aferramiento de la mente a
extraños dogmas, muchas veces arcaicos, son importantes filamentos que detienen
la narración e impiden que ésta contenga su dosis de belleza.
Es por todo esto, que siempre hemos
recurrido a la conexión del sabio anciano (el que tiene y ha cruzado por la
experiencia), con aquel niño pequeño lleno de vida y de magia.
Podemos asegurar, que es emocionante ser
testigos de cómo, cuando ambos se unen y se aceptan tal cual cada uno ha sido y
vivido, se desborda un sentimiento que nos confirma que vuelve a vibrar la vida
en el individuo.
Somos testigos de cómo el libro se abre,
la pluma se activa y el niño escribe todo aquello que el anciano le relata.
La experiencia habla por sí misma…
Joanna Escuder
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