viernes, 1 de enero de 2016

LA EXPERIENCIA


La Experiencia, si gracias…!!!
¿Por qué gracias…? Pues porque gracias a la Experiencia, aquello que ayer se vivió como error, se convierte hoy en auténtica sabiduría.
No siempre ocurre eso, es cierto, hay quien repite y repite… y repite experiencias y aun así, no son capaces de obtener ninguna lectura de aquello que están repitiendo.
En estos casos, es como si el gran sabio interior, estuviera desconectado y algo, difícil de cualificar, insistiera en pasar una y otra vez, por la misma experiencia, como si de ese episodio, no se pudiera deshacer.
Los episodios reiterativos, no siempre los repite el mismo individuo, en ocasiones son repeticiones generacionales, es decir, son episodios que experimentó una abuela, lo mismo vivió la madre, muy similar la hija y la nieta, está en camino de continuar repitiendo, si nadie lo frena o pone remedio.
Muchas veces, el freno se pisa, en el mismo instante en el que el individuo o el inconsciente familiar atrapado, se hace consciente de la reiteración.
Como todo en esta vida, siempre, absolutamente siempre, existe un motivo por lo que está ocurriendo un hecho. Pero no siempre, podremos conocer y comprender, que fue aquello que causó, el episodio y su repetición.

Si por alguna razón, faltan nuestros abuelos - esos magníficos seres que desde la infancia se convierten en nuestros referentes - nosotros, como niños, podemos sentirnos perdidos ante un suceso digno de ser abrigado por una sabia mano, que lo sepa reconducir.
Cuando de pequeños, vivimos encerrados en nuestro mundo infantil, protegidos y casi indemnes a las experiencias de los adultos, las páginas de los libros que escribimos, quedan impregnadas por fantasías derivadas de nuestra gran imaginación. Esa fuente universal de ideas e imágenes, incalculable, en la que no existen miedos, ni nada que pueda detener realidades que son imposibles de sentir, sino es en ese plano mental de creación, en el que el niño expresa todo lo que tiene dentro.
Es sólo cuando comenzamos a crecer y por tanto cuando comenzamos a definir la personalidad, cuando vamos a vivir verdaderas experiencias. En este punto es  cuando, nuestro mundo de realidades infantiles, comienza a cerrarse sin que nada pueda evitarlo.
Vivimos el suceso y acto seguido sentimos como el dolor causado por la experiencia, nos comienza a alejar de aquel niño encantador, que era capaz de cerrar los ojos e imaginar lo que se propusiera.
Mientras se atraviesa por la adolescencia, el libro comienza a quedarse en blanco. Pasan los días y las páginas antes llenas de historias de otros mundos, ahora están vacías. A cambio, se comienzan a proyectar, episodios paralelos a los sentimientos por los que estamos atravesando. La rebeldía de esta etapa, puede provocar experiencias dignas de un escritor de nuestros días, pues es una fase en la que la agresividad ante las circunstancias de la vida, se puede palpar. Paulatinamente, se deja escapar al niño pequeño, para atrapar al joven. La lucha interior se encarga de experimentar los pros y contras de este gran cambio. Pero es cierto, que aunque el joven ya esté aquí, el niño pequeño no muere nunca. Queda oculto a la vista de los demás, pero no a nuestros ojos interiores. Es por tanto, él, quien más experiencia a lo largo de la vida tendrá. Cuando llegue a la vejez, será el único que habrá vivido con nosotros a lo largo del tiempo, todos y cada uno de los episodios de nuestra vida.
Ahí es cuando el niño, parece quedarse muy cerca de brindarnos lo más sagrado que como escritor, es capaz de narrar. Sostiene su pluma y con gran paciencia espera a que regresemos de nuevo, con ganas de recuperar su esencia y sintamos que queremos volver a escribir con él, esas preciosas historias sin fin, en las que todo, absolutamente todo, puede suceder.
Las experiencias de la vida se continúan sucediendo, una tras otra, sin pausa, aunque demasiadas veces, muy duras e intensas. Si fuéramos capaces de vernos desde fuera, nos podríamos imaginar a nuestra mente como un luchador que intentar salir airoso de sus propias tinieblas, y a nuestro corazón, como una sensible dama, que agotada por tanta emoción, sucumbe a la oscuridad de sus noches, llorando en silencio, sin saber cómo va a ser capaz de resolver, aquel episodio que está dinamitando su capacidad de ser.
Si somos sagaces, advertiremos que siempre, la vida, coloca a un protagonista secundario a nuestro lado. Este personaje que se introduce en nuestro libro, es alguien que intentará aportarnos su punto de vista y la sabiduría derivada de su propia  experiencia, en nuestro beneficio.
El mensaje puede llegar de mil maneras. La vida las agota todas para que reconduzcamos, somos nosotros quien agotados, muchas veces no escuchamos. Este sería uno de los motivos, por los que se repiten, innecesariamente ciertas experiencias.
Para que la narración del libro de nuestra vida esté completa, es imprescindible haber vivido los hechos sin antes haberlos conocido. Siempre, todo lo que nos ocurre, sucede de forma inconsciente.
El problema estriba en que, muchas veces, negamos episodios, los rechazamos o bien, hacemos ver que no estamos implicados o lo que es peor, que no nos afectan. En ninguno de los casos, es positiva la actitud, pues los episodios que se describen en nuestro libro privado, es decir, en la historia de nuestra vida, siempre tienen una enseñanza que aportarnos. Imaginemos por un instante a un individuo cuya vida es lineal, vacía de sentimientos, absurda, llena de soluciones y materialmente subsanada. La superficialidad y la banalidad de su vida, sin experiencias que superar, provocará que cualquier pequeño impedimento que encuentre, desencadene una crisis brutal,  al carecer de fortaleza, que le haga frente.
Conocemos - a lo largo de nuestra experiencia como terapeutas y debido a la atención prestada a las experiencias personales de quienes abrieron sus emociones a nuestros oídos - que no es fácil aceptar algunos de los episodios escritos en nuestro libro. El episodio no es lo peor, sino haber sido el protagonista. En nuestro personal intento por dar comprensión a la lectura del libro, penetramos en arquetipos mentales que impiden al individuo reescribir su historia. El aferramiento de la mente a extraños dogmas, muchas veces arcaicos, son importantes filamentos que detienen la narración e impiden que ésta contenga su dosis de belleza.
Es por todo esto, que siempre hemos recurrido a la conexión del sabio anciano (el que tiene y ha cruzado por la experiencia), con aquel niño pequeño lleno de vida y de magia.
Podemos asegurar, que es emocionante ser testigos de cómo, cuando ambos se unen y se aceptan tal cual cada uno ha sido y vivido, se desborda un sentimiento que nos confirma que vuelve a vibrar la vida en el individuo.
Somos testigos de cómo el libro se abre, la pluma se activa y el niño escribe todo aquello que el anciano le relata.
La experiencia habla por sí misma…


Joanna Escuder

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